La verdad es que los corzos no tienen vista de lince, tienen vista de corzo. Sus ojos, esas semiesferas de un negro intenso y brillante como de azabache, no han evolucionado para una excelente agudeza visual a larga distancia, pero sí para ver mejor de cerca y en la penumbra del crepúsculo y de los densos bosques donde habitan.
Pero su oído y su olfato son de una agudeza que podría parecer casi sobrenatural, si no fuera porque sólo la naturaleza con tiempo, tiene el poder de desarrollar semejantes prodigios, capaces de detectar el peligro a cientos de metros de distancia entre la maraña de vegetación.
¿Y entonces, como conseguir eludir la vigilancia de estos sentidos casi infalibles?. Pues aplicando mucho de aquello que permitió sobrevivir a la especie humana cuando la vida pendía del hilo de conseguir cazar o no.
Conocimiento del comportamiento animal basado en la experiencia. Elección del viento favorable. Sigilo absoluto. Y que el universo, o ponle el nombre que quieras, decida que este día te lo mereces.
Esta es la cara de un corzo dominante, cuando se encuentra en su territorio muy poco frecuentado por humanos, con algo cuyo aspecto no se corresponde con nada que haya conocido y, por un momento no es capaz de determinar si debe enfrentarse o huir.
No hizo ni una cosa ni otra. Después de acercarse hasta una distancia casi sorprendente, decidió dar un rodeo caminando pausada y un poco ostentosamente como queriendo demostrar que no se marchaba por miedo y, sin dejar de mirar al objetivo y desapareció en el bosque. (Clik en la imagen para verla más grande)
Corzo macho (Capreolus capreolus)(F:7.1,V:1/30s,ISO:250) |