Si tuviera que elegir entre dos momentos del año, tendría un pequeño dilema: los últimos días del invierno, o las primeras semanas del otoño.
El final del invierno, porque todo en el monte empieza a avisar de la inminente explosión de vida que está por venir. El segundo, no sólo por el color, es mucho más que eso, el olor de la hojarasca, el sonido de las aves en migración, el aire fresco después de la monotonía del calor estival. Y algo invisible y seguramente subjetivo: la sensación de que la naturaleza se repliega, se adormece para soñar como será la próxima primavera. (Clik en la imagen para verla más grande)
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| Bosque mixto de hayas, robles y álamos (F10,V:1/30,ISO:100) |
