Una vida no da para todo. Es imposible al mismo tiempo sorber y soplar, o estar a Rolex y a setas. Más aún es así, si piensas que la diversificación es poco menos que sinónimo de mediocridad. Por eso doy por bien empleada la ingente cantidad de tiempo que he dedicado a observar aves.
Mi fascinación en concreto por las aves rapaces, siempre me tuvo ocupado observando el cielo para intentar descubrir en él sus casi siempre minúsculas por lejanas siluetas. No fue hasta bastante tarde, que empecé a prestar más atención a la infinidad de plantas y seres pequeños que poblaban el suelo. Entonces supe todo lo que me había estado perdiendo.
Aún recuerdo la primera vez que encontré una Fritillaria. Sola en mitad de un claro del bosque encharcado por las abundantes lluvias de aquellos días de primavera. Me pareció tan bonita y exótica, con el tallo delgado y esa campana púrpura en su extremo. Y escondidos en su interior unos estambres, no al alcance de cualquier insecto, sino aparentemente reservados para alguno quizá nocturno, especializado en ellos.
Este día, cuando encontré un pequeño grupo de estas flores y, pululando sobre ellas a unos pequeños escarabajos de color rojo brillante, en un primer momento creí que había dado con sus especializados polinizadores.
Una observación más detenida y cercana me hizo ver que esta relación de planta-insecto no era de ese tipo. Los escarabajos recorrían los tallos, alimentándose únicamente de los ápices de las hojas. Y cuando terminaban en una, volaban hasta la siguiente.
Cuando busqué información, supe el nombre de este escarabajo: Lilioceris lilli, que como indica su nombre científico de forma casi reiterativa, se alimenta de las hojas de estas y otras plantas liliáceas. (Clik en la imagen para verla más grande).
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Fritillaria nervosa y Lilioceris lilli (F:11,V:1/10s,ISO:400) |