Creo que es una de las razones que hace tan apasionante la fotografía de naturaleza. Como para compensar esos días en los que has dedicado mucho tiempo para no conseguir nada, hay otros en los que consigues mucho más de lo que esperas.
Este día, con la cámara sí por si acaso, pero con muy pocas expectativas más allá de disfrutar del silencio y la belleza en la contemplación de uno de mis rincones favoritos. A los pocos minutos de sentarme apareció esta hembra de corzo.
Un instante mirando hacia el lugar del que procedía el desconocido sonido del obturador, con esos ojos tan negros que parecen dos grandes botones de azabache. Y un segundo después, en tres grandes saltos desapareció. Y el paisaje volvió a ser el mismo. Queda la foto, sino, casi podrías dudar de si sólo lo has imaginado.
Sobre la cicatriz en su labio, imposible saber que le produjo esa herida. Quizá es el recuerdo del día en que siendo más pequeña consiguió escapar por poco de su más habitual depredador. O de haberse enganchado con una de las muchas alambradas que cuadriculan y dividen el monte. Sea lo que fuera, evidencia que la vida nunca es fácil en el paraíso. (Clik en la imagen para verla más grande)
Corzo hembra (Capreolus capreolus)(F:7.1,V:1/250,ISO:200) |
Qué emociones tan fuertes guardan algunos días cuando piensas en ellos antes de estrenarlos. Los corzos siempre nos obsequian con momentos extraordinarios. Es un animal muy fotogénico que da mucha vida al bosque.
ResponderEliminarSaludos.
Aún recuerdo la primera vez que escuché uno sin conseguir verlo. Asombra cómo en pocos años entrando desde el noroeste, esta especie ha conseguido hacerse tan abundante. Ahora, si faltara se la echaría mucho de menos.
ResponderEliminarSaludos.