Ya hacía varios meses que los ocres del otoño habían dado paso en el bosque a esa quietud desolada de árboles desnudos, ausencia de insectos, colores (exceptuando los marrones) y casi de sonidos salvo algún ronco graznido de arrendajo.
Antes de salir dudé en si llevar o no la cámara, pero por experiencia sé que muchas veces en esos días en los que no esperas nada, acaban sucediendo cosas, así que no sólo cogí la cámara, sino que además por si acaso como tantas otras veces cargué con parte del equipo que casi con toda seguridad no llegaría a utilizar.
Pero la naturaleza a veces guarda algún regalo para sus incondicionales. Y allí, en lo más recóndito de la espesura, estaban estas cápsulas abiertas de Iris silvestre mostrando sus coloridas semillas como pocas veces antes las había visto, casi perfectas, como gritando a un bosque dormido, su orgullo por el resultado de un año entero de esfuerzo vegetativo.
Sin lo que en principio parecía un exceso innecesario de equipo, no hubiera sido posible captar esta imagen. Por una vez, cargar con peso de más había merecido la pena.
Semillas de Iris silvestre (F: 2,8, V:1/30, ISO: 200) |
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