Después de mucho subir, encontré algunos rincones bonitos, pero en ninguno encontré el punto desde el que distribuir de forma armónica en el encuadre lo que estaba viendo.
Sólo quedaban dos opciones: resignarse a que el lugar no era tan adecuado como prometía, dar media vuelta y comenzar el descenso, o apurar los pocos minutos de luz que quedaban y subir un poco más confiando en que el río guardaría lo mejor de si mismo en lo más escarpado e inaccesible y que él me permitiría descubrirlo antes de que la oscuridad hiciera imposible fotografiarlo. Así que continué el ascenso.
Como si alguien lo hubiera organizado calculándolo al segundo. Escondido entre unas grandes rocas que en ese punto encauzaban el agua, encontré este rincón con el tiempo justo para montar el equipo, buscar el encuadre y hacer unas pocas fotos, esperando que alguna de ellas estuviera correcta.
Tan bueno o más que conseguirlas, fue la búsqueda en sí misma y el regalo final de estar allí sentado viendo como todo se iba sumiendo en la oscuridad y teniendo de fondo aquella inigualable banda sonora.
Cascadas confluyentes (F:16,V:1/6s,ISO:100) |
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