Conocía, por mucho indicios, su querencia por aquel pequeño claro cubierto de helechos, pero también había comprobado lo precavido y desconfiado que era antes de decidirse a salir a él, incluso al abrigo de la penumbra poco antes de anochecer.
Pero aún así y sabiendo lo escasas que eran las posibilidades de conseguirlo, unos días después de aquel fugaz encuentro, volví a intentarlo.
Esta vez para esconderme, elegí una vieja haya trasmocha medio seca entre los altos helechos del claro, a pocos metros del borde del bosque, por donde quizá saldría el ciervo. La posición elevada, a unos dos metros sobre el suelo, además me permitía quedar por encima de los altos helechos.
La espera fué casi anormalmente relajada, con la tranquilidad de quien sabe que las posibilidades de que el animal aparezca son mínimas.
Por momentos la luz se iba haciendo más y más escasa. Diez minutos más, y ya no habría suficiente, lo que me permitiría terminar con aquella incómoda postura sobre las gruesas ramas del árbol.
Unos gritos de arrendajo precedieron su aparición. Cuando ya parecía imposible, allí estaba de nuevo, muy cerca esta vez. Caminando lenta y majestuosamente sin el más mínimo ruido, hasta el borde del claro, donde permaneció un rato parado mirando en todas direcciones antes de decidirse a abandonar la protección del bosque. (Clik en la imagen para verla más grande).
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Ciervo ibérico al borde del hayedo (F:7.1, V:1/15s, ISO:200) |
Imponente.
ResponderEliminarMajestuoso