viernes, 21 de agosto de 2015

JIRONES DE LUNA

                   
                        Muchas otras veces había visto la luna así, perfectamente definida sobre un cielo diurno.
            Con la mente saturada de datos y conocimiento científico que tenemos en nuestro tiempo, es fácil que un espectáculo tan  prodigioso llegue a parecernos obvio y sin interés alguno.
            Aquella tarde de otoño, bajo una semiesfera como de nácar, que parecía diluirse suspendida inexplicablemente en el espacio azul. Y los cirros del mismo color, desvaneciéndose mientras se alejaban de ella, me preguntaba que habrán podido pensar los primeros humanos viendo estas cosas hace milenios, cuando el cuerpo y la mente estaban en contacto directo con la naturaleza y lo mágico aún era posible.

Luna menguante y cirros (F:7,1, V:1/60, ISO:100)

jueves, 13 de agosto de 2015

FAMILIA MÍNIMA

                           Por norma casi general, en esto consiste una familia de corzos: la hembra y su cría de la primavera anterior. En ocasiones son dos las crías y más raramente tres.
           Los machos, después del período de celo en verano, vuelven a su vida solitaria, resultando mucho más precavidos y difíciles de observar.
           En primavera con el aumento de las temperaturas, los corzos cambian el pelo grisáceo, hueco y extremadamente aislante del invierno, por otro más ligero de color rojizo.
          Con la luz filtrándose lateralmente entre la vegetación a última hora de una tarde de Abril, encontré a estos dos en un claro del bosque.

Familia de corzos
Familia de corzos (F:7,1,V:1/160,ISO:400)

jueves, 6 de agosto de 2015

EL CARACTER DEL BOSQUE

                             No recuerdo cuando fue la primera vez que lo vi, pero sé que fue hace mucho tiempo y creo  que ya entonces había empezado su declive.
               Han pasado los años, seguramente décadas y cada vez que vuelvo a ese lugar en lo más profundo del viejo bosque, voy preparado para verlo caído y fundiéndose ya con la tierra de la que un día surgió.
               Siempre me sorprende encontrarlo aún en pié y más sabiendo que los de su especie, una vez la sabia deja de recorrer su tronco, tardan muy pocos años en desplomarse.
               Su superficie, cientos de veces perforada por insectos y pájaros carpinteros en busca de ellos, resulta ahora casi tan frágil como el cartón y en algunos puntos deja entrever  por los agujeros su núcleo;  una delgada pero durísima estructura interna saturada de resina, sólo presente en algunos ejemplares, que resulta incomestible para los organismos que se alimentan de madera y que como si fuera su esqueleto, aún lo mantiene erguido.
              Allí, en el silencio de aquel lugar perdido, rodeado como estaba por árboles imponentes, me pareció que ninguno merecía la foto tanto como este, porque su solitaria y estoica presencia, impregnaba de carácter a todo el resto del bosque.

Viejo tronco muerto (F: 7,1, V:1/60, ISO: 100)