jueves, 26 de febrero de 2015

LA HUELLA DEL TIEMPO

                         Imposible saber en qué momento hace siglos, una semilla consiguió germinar en un lugar ton poco propicio como aquella colina cubierta de rocas, para conseguir convertirse en el gran árbol que un día debió ser.
            Imposible saber si en algún momento estuvo rodeado de congéneres que no llegaron a sobrevivir tanto como él, o toda su existencia allí arriba transcurrió en soledad.
            En su cuerpo retorcido y rugoso se podía leer la crónica de lo lento y dificultoso que debió ser su crecimiento en aquel páramo seco y azotado por el viento.
            Cuando lo encontré ya habrían transcurrido décadas desde su muerte y aún después, seguramente su "cadáver" permaneció en pié algunos años más hasta que quizá un Otoño, el fuerte viento del Oeste lo derribó para reunirlo definitivamente con la tierra yerma de la que un día había surgido.
            Muchos años debían haber pasado desde entonces, porque la exposición al sol de incontables veranos había ido eliminado de él cualquier rastro de color, dejándolo convertido en una imagen en blanco y negro a excepción de ese leve tono rojizo de la sabia que fluyó por su interior en días ya muy lejanos.
            Siempre me sucede lo mismo cuando encuentro caído uno de estos gigantes de otro tiempo. Ante sus restos, incluso como en este caso en avanzado estado de retorno a su origen mineral, es imposible no sentir un mezcla a partes iguales de tristeza, admiración y profundo respeto.
         
Viejo tronco
Madera muerta (F14, V: 1/10s,ISO:100)

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