Creo que no ha habido un sólo día de los que he pasado en el monte, que no haya vuelto con más admiración y asombro si cabe por todo lo que allí hay. Desde lo más grande, a lo aparentemente más insignificante.
Algunas cosas son muy evidentes, pero otras sólo se descubren si se mira con mucho detenimiento.
Hay algo indescriptible en la madera muerta que invita a imaginar como fue la vida desde su nacimiento de aquellos colosos vegetales, cuya existencia pudo extenderse a lo largo de siglos viendo cambiar el mundo a su alrededor.
Y en eso estaba ese día, contemplando aquel gran tronco caído, cuando en el pliegue de lo que fue una de sus enormes ramas, en una superficie de poco más de tres centímetros cuadrados, encontré lo que añadiéndole un poco de agua de la cantimplora que oscureció la madera, parecía un cielo de Van Gogh, o la recreación por parte de un hábil ebanista, de olas, corrientes y remolinos dignas del más proceloso de los mares.
Imposible saber porqué ni durante cuantos años o siglos se produjo el proceso que retorció así las fibras de madera hasta convertirlas en una minúscula obra de arte (Clik en la imagen para verla más grande) .
![]() |
Madera líquida (F:16,V:1/1s,ISO:100 |