Recuerdo el asombro que me producía todo lo que iba descubriendo en la naturaleza cuando era pequeño. Con el tiempo y el conocimiento, ese asombro no ha hecho más que crecer. Y con el la admiración por tantas adaptaciones increíbles, capacidades casi sobrenaturales y tanta BELLEZA, de esa que en mi opinión es la única merecedora de ser escrita así, con mayúsculas.
El cuervo, un ave enorme de 1,3 m. de envergadura, que para muchos no pasa de ser un ave negra de voz desagradable. Pero que cuando se la observa con detenimiento, se descubre que es un ser fascinante. Y no sólo por su complejo comportamiento social y su inteligencia equiparable al de los primates, sino también por su BELLEZA.
No es nada fácil eludir las facultades sensoriales e intelectuales de estas aves, como para conseguir estar a unos pocos metros de ellas, porque desconfían de todo. Pero cuando se logra, la recompensa es enorme.
En aquella fría y gris tarde de otoño, el aguanieve que empezó a caer parecía ser el epílogo a una jornada sin fotos. Pero cuando el viento empezó a volverse casi huracanado, una pareja de cuervos vino a jugar con la copa de esa encina. Y tuve este regalo, esa difusa luz otoñal resbalando sobre plumas de un azul irisado. (Clik en la imagen para verla más grande)
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Cuervo (Corvus corax), nieve y otoño (F:7,1,V:1/1250s,ISO:800)
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