domingo, 25 de septiembre de 2016

LA MIRADA DEL CORZO

                       Aquella mañana, a una hora poco adecuada, pero viendo que otras condiciones eran muy propicias y confiando en que en sus breves y sigilosos desplazamientos diurnos quizá pudiera fotografiar alguno, decidí dejarme guiar por la intuición y esconderme en un lugar donde aunque hacía ya tiempo, había visto corzos al anochecer.
               Muchos días, inviertes varias horas así, para no conseguir ningún resultado, pero este día todo sucedió inusualmente rápido.
               No habían transcurrido ni diez minutos, cuando a unos centenares de metros se oyó varias veces la voz ronca de un macho adulto que durante un buen rato, a esa hora tan desacostumbrada, estuvo haciendo saber quien era el dueño de aquel territorio.
            Unos pocos minutos después, apareció este joven macho muy cerca viniendo hacia mi. Su atención estaba tan centrada en el interior del bosque, donde seguramente había sido perseguido por el macho adulto, que ni siquiera le alertó el sonido del obturador de la cámara hasta que estuvo a unos diez metros. Entonces detectó que había algo muy sospechoso en ese chasquido que salía de aquel bulto con un sólo ojo y por un segundo se quedó mirando fijamente, antes de con tres grandes saltos, desaparecer.
              Doce minutos de una de las sesiones fotográficas más corta y satisfactoria que recuerdo y que me dejó esta imagen, en la que se puede apreciar tan de cerca la perfección de los órganos sensoriales de estos animales: esos ojos grandes y profundamente negros, adaptados a condiciones de luz escasa. Ese hocico permanentemente húmedo para impregnarse de la más minúscula molécula de olor que flote en el aire. Y esas enormes orejas que le permiten oír hasta los más leves sonidos a distancias increíbles. Cubiertas de pelo largo en su interior que además de reducir la pérdida de calor, seguramente tiene también la función de filtro, impidiendo que penetren en ellas los insectos y la vegetación.
               Incluso pasando muchas horas, días, años en el monte, pocas veces es posible tener a un animal salvaje como este, cuyos sentidos han evolucionado durante millones de años para protegerlo de los depredadores, a tan corta distancia, que casi puedes verte reflejado en sus ojos.
              Mirando esta imagen, casi cuesta creer que alguien sea capaz de dispararle por diversión.
              Mi concepto sobre la especie humana en general es bastante evidente a poco que se lea este blg, pero aún así quiero creer, que entre quienes matan por placer también habrá diferentes grados de inconsciencia. Y que algunos de ellos, si en lugar de poder acabar con una vida desde 40 o 100 metros, tuvieran que mirar a su víctima a los ojos tan de cerca como en esta imagen, no serían capaces de hacerlo.
             Me refiero a esos, cuya conciencia no está del todo tranquila matando y tratan de acallarla repitiendo sobre todo para convencerse a si mismos, mentiras como: " No puede ser malo, porque siempre se ha hecho...". Si no se cazara, los animales se convertirían en una plaga...". O, "La caza contribuye al equilibrio de la naturaleza...".
             Estos, en el fondo de sí, después de episodios especialmente crueles, de esos que son habituales en su "noble" "deporte" (ni una cosa ni la otra), seguro que oyen  una vocecilla que les dice lo injusto y cruel que es acabar innecesariemente de esa manera con una vida.
             Pero esos destellos de consciencia que pudieran tener, se diluyen rápidamente sumergidos en el grupo. Y así una vez más, acaba triunfando el espíritu de rebaño, escuchando los endebles argumentos de los más acérrimos e inconscientes, entre los que es impensable ni un resquicio de duda, ni tampoco de compasión.

Retrato de corzo
Corzo macho joven (F:7.1, V:1/125,ISO:200)
         

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